domingo, 6 de septiembre de 2009

CUARTO SERMON SOBRE PENTECOSTES

Por Juan Calvino

"Y de cierto sobre mis siervos y sobre mis siervas en aquellos días derramaré de mi Espíritu, y profetizarán. Y daré prodigios arriba en el cielo, y señales abajo en la tierra, sangre y fuego y vapor de humo: el sol se convertirá en tinieblas, y la luna en sangre, antes que venga el día del Señor, grande y manifiesto; y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo" (Hechos 2:18-21).

El pasado día del Señor demostramos como a la venida de Jesucristo Dios había derramado sus grandes tesoros sobre el mundo, de manera que hombres y mujeres, tanto jóvenes como ancianos, llegaron a ser partícipes de su gracia. Ahora bien, las riquezas que fueron derramadas por medio de la bondad de Dios no eran riquezas terrenales, las cuales hubieran podido perecer y terminar, sino el Espíritu Santo de quien proceden todas las riquezas de salvación. Además hemos demostrado que aquello no fue únicamente para determinado momento, sino que Dios está dispuesto a continuar lo que ha dicho, y que aun hoy somos enriquecidos por sus dones, siempre y cuando no nos prive de ellos. Pero nosotros somos tan miserables que por nuestra ingratitud somos despojados de ellos; hoy su liberalidad no es menor que en el tiempo de los apóstoles, para hacemos partícipes de la misma gracia que él derramó sobre ellos; pero nosotros somos tan incrédulos que le cerramos el camino por el cual quiere venir a nosotros. Porque cuando nos llama a su presencia por medio de su palabra para hacernos partícipes de su Espíritu Santo, nosotros nos alejamos; y pareciera que nos hemos conspirado para oponernos y desafiarlo a él. Y en vez de que jóvenes y ancianos, hombres y mujeres todos sean llamados a ser partícipes de su gracia, y en vez de que todos se esfuercen por recibir el Espíritu Santo, a efectos de perseverar más y más en él, vemos que los ancianos están más endurecidos y son más obstinados que los demás y que los jóvenes desbordan con todo mal; y si alguien argumenta con ellos, se enfurecen, y pareciera que lo van a arruinar todo. Los hombres, en vez de ser como corresponde, llenos de virilidad y agilidad mental, para estar atentos a la palabra de Dios, son testarudos como las bestias brutas. Las mujeres, en vez de ser como corresponde, humildes y andando con toda modestia y honestidad, están llenas de lascivia, pompa, vanidad y toda cosa vana y superficial. De manera entonces, ahora vemos que silos hombres no gozan de los dones del Espíritu Santo que aquí dice enviar sobre sus siervos y siervas, no es porque él ha cambiado su propósito, sino porque nosotros no le permitimos hacernos bien, porque cuando él se acerca, nosotros nos alejamos. Entonces, no es él la causa por la cual nosotros no recibimos todos sus dones, porque el profeta dice, "Dios derramará su Espíritu Santo sobre toda carne."
De manera especial dice: "Sobre toda carne," es decir, sobre todas las personas sin excepción. Es cierto que es a los judíos a quien fue enviado Jesucristo, no solamente para librarlos de la cautividad del diablo, sino también para hacerlos participes del Espíritu Santo. Pero ahora que estamos reunidos todos en una misma iglesia, no resta sino que cada uno muestre el efecto de nuestro cristianismo y de las gracias que Dios ha obrado en nosotros; luego, no debemos dudar de haber recibido los dones del Espíritu Santo, porque dice que Dios los ha derramado, no sobre uno sólo, no sobre doce, sino sobre todos en general. No basta con jactamos de ser cristianos, si no se demuestra el efecto, y si no es sabido que no en vano nos atribuimos este título de cristiandad. No tenemos que hacer como muchos, incluso como los que están en el papado, que no dan importancia ni a Dios ni a su palabra, que se conforman con el mero título de "cristiano," y con los medios para destacarlo, y a quienes el resto no les importa en absoluto. Cuando se les pregunta si son cristianos, ¿qué respuesta dan? Les parece a ellos que es un gran error hacerles semejante pregunta "¿Cómo es esto?" dicen, "¿acaso no somos cristianos? ¿Acaso no hemos recibido el bautismo?" "Si, ciertamente, pero ¿qué fe tienen por causa de ello?" Dirán que creen lo que la santa iglesia cree, y de esa manera tienen una fe empaquetada, de la cual los maestros les ha enseñado diciendo que si creen lo que cree la iglesia, es suficiente para ellos. Si se les pregunta cómo tiene que servir a Dios, dirán: "No es preciso que sepamos eso." Y es una auténtica venganza de parte de Dios de castigar la iniquidad de los hombres cuando se ve que pobres y ignorantes son guiados así por semejantes maestros de Satanás de modo que queden atrapados en el mismo hoyo con ellos. Vemos entonces cómo el cristianismo ha sido sumergido por el Ídolo de Roma en toda mentira y falsa doctrina. ¿Y por qué ha ocurrido así? Porque los hombres han cerrado el camino a la palabra de Dios y estuvieron dispuestos a ser sumergidos en la falsedad.
Ahora bien, no obstante, considerémonos a nosotros mismos y no condenemos ni a los papistas ni a ninguno otro sin aplicar esta doctrina plenamente a nosotros. Tenemos el evangelio que es la doctrina de toda sabiduría, y, sin embargo, ¡cuán sordos y testarudos somos! Se nos predica todos los días; no obstante, ¿qué testimonio tenemos de ser siervos de Dios? Porque (como hemos discutido el pasado día del Señor) no sabremos cómo Ser siervos de Dios hasta ser participes de su Espíritu Santo, que no en vano es llamado "el Espíritu de Sabiduría." Porque de esa manera se nos demuestra que no sabremos cómo tener ni siquiera la menor de las gracias del Espíritu Santo, para perseverar, a menos que Dios lo aumente a él más y más en nosotros. Es cierto que no todos lo tendrán en igual medida, pero eso no nos impide que aprovechemos nuestro pequeño talento. Si una persona tiene el don de lenguas no tendrá la gracia que algún otro podrá tener. Y es lo que dice San Pablo: "Dios dará a cada uno conforme a la medida en que somos miembros de Jesucristo; como también vemos que los miembros de un cuerpo no tienen todos el mismo oficio; porque los pies harán lo que las manos no sabrían cómo hacer, los ojos están aplicados a un uso diferente al de los oídos; y de igual manera con todas las otras partes de cuerpo. Es así cómo nuestro Señor derramará su Espíritu Santo, sobre algunos de una manera diferente que sobre otros. Sin embargo, es siempre el mismo Espíritu, y si queremos ser reconocidos como cristianos tenemos que comprender lo que está escrito, es decir que es Dios quien nos gula por medio de su Espíritu Santo, a efectos de que no seamos como ciegos que andan en incredulidad." Suficiente con esto en cuanto a que, "Dios derramará su Espíritu Santo sobre toda carne."
Además, cuando dice que "Profetizarán," el profeta quiso indicar que, cuando Dios nos instruye lo hará con tal perfección que la doctrina no solamente será para nuestro provecho, sino que también enseñaremos a otros. En efecto, aquel que haya recibido más de los dones de Dios que otros, tendrá tanta mayor responsabilidad de instruir a los humildes y pequeños, dedicándose a enseñar a sus vecinos. De manera entonces, sepamos que nuestro oficio es, habiendo sido enseñados por Dios, el de guiar a que otros lo conozcan. Es lo que dice Isaías: "Tome cada uno la mano de su prójimo para ayudarle a subir al monte santo." Y es este uno de los puntos principales por los cuales Dios aprueba nuestra fe cristiana, cuando tenemos esta caridad hacia nuestros semejantes instruyéndolos en la obra de Dios. Ahora bien, esto es hecho por medio de la doctrina que de él hemos recibido por la mano de sus apóstoles, los que salieron (según hemos argumentado el pasado día del Señor) de la fuente que es Jerusalén, cuyos ritos inundaron todo el mundo, de manera que cada uno no sólo podrá recibirla por si mismo, sino que la distribuiremos a nuestros vecinos. Es cierto que no todos son doctores para enseñar; pero si somos cristianos tenemos lo suficiente con qué exhortar a nuestros vecinos.
Ahora venimos a la Otra parte de la profecía de Joel, donde dice: "Dios enviará señales terribles y maravillosas, sangre y fuego y vapor de humo," con lo que el profeta quiso indicar que cuando Dios visite a su pueblo con la venida de Jesucristo, aunque se ha prometido gran bendición y felicidad, ello no significa que no hemos de ver cosas horribles y maravillosas. Y era sumamente necesario que tuviéramos esta advertencia, para que pudiéramos saber que la venida de Jesucristo no fue para ponernos en este mundo como en un paraíso, y a efectos de vivir cómodamente aquí; si no que Jesucristo fue enviado con otro propósito, es decir, de librarnos de estas cosas aquí abajo y de subirnos al cielo. En efecto vemos que jamás podrían haber ocurrido cosas tan terribles y maravillosas como las que ocurrieron en la venida de Jesucristo. Si alguien pregunta por qué ocurrieron semejantes cosas aún después de haber sido revelado Jesucristo, es porque somos tan malvados que no queremos recibir los dones que él quiere darnos. Ahora bien, cuando el Señor se nos presenta en persona y nosotros lo rechazamos, ¿acaso no es preciso entonces que él levante su mano y golpee de tal manera con relámpagos y tormentas que seamos conmovidos y turbados por semejante ingratitud? Es por eso entonces, que dice que cuando Dios haya derramado su Espíritu Santo, habremos de ver cosas asombrosas, y que, cuando hayamos arriba al interior del cielo, y abajo, sobre la tierra, habremos de ver problemas tan grandes y cosas asombrosas, que aparentemente los cielos se hundirán y se mezclarán con la tierra; el sol se oscurecerá, la luna se convertirá en sangre, las estrellas caerán del cielo y aparecerán otras señales maravillosas. Es cierto que cada una de ellas está reservada para el día final; pero el profeta quiso referirse a todo el reino de Jesucristo, hasta venir como Juez en el día final. Entonces, tenemos que aplicar a nuestro tiempo todas las señales que se declaran aquí. Porque si hemos de considerar las cosas que han ocurrido desde que fue predicado el evangelio, no podemos suponer que no hayan sido contados los cabellos de nuestra cabeza. Es cierto que si viéramos lo que fue hecho en la venida de Cristo, quedaríamos muy deprimidos si no aterrorizados por ello; no obstante, si consideramos bien lo que ocurre todos los días, tendremos motivos aún mayores para asombramos. De manera entonces que el profeta no quiso indicar para sólo un determinado tiempo las señales que aparecerían en la venida de Jesucristo. Porque si bien en su venida exhibió estos grandes tesoros para distribuirlos a todos ellos, no obstante habremos de ver juicios maravillosos causados por la ingratitud de hombres que no quisieron recibir lo que les fue presentado. Incluso es eso lo que Jesucristo dijo al hablar de la destrucción del templo. Están allí los discípulos que le preguntan cuándo ocurrirán estas cosas, y cuál será la señal de su venida y de la consumación del mundo; porque, igual que todos los judíos, tenían la necia opinión de que el templo debía permanecer hasta la consumación del mundo, y que aún podrían reinar en paz como príncipes terrenales. Eso fue entonces, lo que los impulsó a hacer esta pregunta, si bien Jesucristo no había hablado del día final. Ahora él les responde: "Ustedes verán cosas asombrosas y terribles; ustedes piensan que van a seguir aquí abajo en paz y que van a reinar cómodamente; pero ocurrirá todo lo contrario, porque pronto vendrán seductores, luego el diablo se esforzará para que por todas partes se siembren doctrinas falsas,, habrá pestilencias, guerras, hambres, de manera que aparentemente el mundo entero se trastornará. Y cuando vean estas cosas aun no será el fin; porque Jerusalén será destruida." Y con ello indica que por cuanto los judíos tenían tranquilidad de vida en este mundo, ahora tendrán que experimentar los juicios de Dios descendiendo sobre la ingratitud de los hombres, los que luego serían esparcidos por el mundo entero. Consecuentemente alega que: "Después de la tribulación de aquellos días el sol se oscurecerá, y la luz no dará su luz, y las estrellas no brillarán desde el cielo, y los poderes del cielo serán conmovidos." Esta es una declaración semejante a la del profeta, como si dijera: "No solamente aquí abajo se verán grandes problemas, pero si alguno levanta su mirada, verá que en todas partes hay confusión." No obstante, no debemos ser dejados sin consuelo. Porque si bien vemos muchos problemas y divisiones arriba y abajo, de manera que habiendo dado vuelta al mundo entero solamente veamos toda clase de maldad, no obstante, debemos tener causa para regocijarnos en el Creador de todas estas cosas. Ese es el resumen de lo que intenta mostrar el profeta.
Y ahora esto es dirigido a nosotros. Porque cuando Dios nos visita y nos da su doctrina, no es para que vivamos cómodamente en este mundo, y que estemos exentos de guerras, hambres y pestilencias; en cambio, debemos ser sabios, cuando nos ocurran tales cosas, cuando estemos en todas partes tan confundidos que no sepamos cual será el resultado de todo ello; digo que entonces debemos preparamos para soportar pacientemente tales aflicciones, las cuales no deben parecernos extrañas; porque ellas nos sobrevienen debido a la ingratitud que hay en nosotros. Nuestro Señor no quiere otra cosa sino mostrarse a nosotros como un Padre dulce y amoroso, y si no pudiéramos soportarlos se vería que no es sin causa que él nos llama sus hijos delicados; pero puesto que somos tan torpes, que no queremos ni recibirlo ni reconocerlo como Padre, ¿acaso no es preciso que nos castigue por semejante incomprensión? Debemos saber que su autoridad sobre nosotros no será menor que la de un padre, y no obstante, cuando nos envía aflicciones, por muy grandes y severas que ellas sea, no debemos caer en la desesperación; debemos saber, en cambio, que ellas nos vienen por nuestra ingratitud. Así es, en resumen, como deberíamos considerar los juicios de Dios, y que lo predicho por los profetas se está cumpliendo delante de nuestros ojos.
Ahora llegamos al consuelo que nos ofrece el profeta, es decir: "Y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo." Si hubiera dicho únicamente lo que ya hemos mencionado, podríamos estar totalmente asombrados; porque lo mencionado aquí solamente sabría causarnos desconsuelo; pero aquí está el consuelo que él nos ofrece, que si invocamos el nombre de Dios tendremos salvación; aún en medio de los mayores problemas y divisiones posibles; aún cuando el infierno esté listo para tragarnos, hay un refugio que nos ha sido asegurado, siempre y cuando pongamos nuestra confianza en Dios a efectos de invocarlo a él. Cuando un hombre se encuentra en tribulación y prueba, el diablo se las ingeniará para mofarse de él, de manera que no tenga acceso a Dios. Pero aquí hay un gran consuelo que debiéramos apropiarnos viendo que Dios no tiene ningún límite predeterminado para nosotros cuando le invocamos; si no que, cuando estamos en las profundidades podemos invocarle osadamente. Porque, puesto que el profeta dice, que aquel que invoca el nombre del Señor será salvo, así también, por el contrario, aquel que no le invoca será condenado, aunque esté como en un paraíso. Incluso los ángeles, sin esta invocación, podrían ser rechazados por Dios, lo cual sin embargo, no puede ocurrir. Pero de esta manera vemos que es imposible tener la capacidad de existir un minuto en este mundo sin invocar a Dios. Entonces, aquí hay una lección que seguramente debiéramos grabar con frecuencia; porque el profeta hace un pronunciamiento sobre todos los que no invocan el nombre de Dios, diciendo: "Todo aquel que invoque el nombre de Dios será salvo." De ello se deduce, por otra parte, que aquel que no le invoca será condenado. Y puesto que somos tan fríos y que con tanta facilidad somos apartados de invocar el nombre de Dios, el profeta quiso significar que no debemos desistir de invocar a Dios en medio de todos los problemas que puedan sobrevenimos; aún cuando cielos y tierra hayan conspirado contra nosotros, es entonces que debemos dirigirnos a Dios, tanto con el corazón como con la boca y con todas nuestras facultades. Pero no basta con que tengamos abierta nuestra boca para decir un Pater Noster, o quizá para decir en una lengua conocida, "Padre nuestro, que estás en los cielos" si no hay un verdadero afecto del corazón fundado en la fe. De otra manera podríamos repetir esta oración diez, veinte, treinta veces, y no serían sino palabras arrojadas al aire. También dejo a aquellos que agregan su Ave Maria, creyendo que con esos trozos de basura realmente están invocando a Dios como él lo demanda. Pero esa gente está muy lejos de la verdadera invocación de Dios; son brujas y hechiceros que no pueden olvidar sus viejas supersticiones diabólicas. Ahora bien, no debemos asombrarnos demasiado por semejantes vestigios de Satanás; porque esas personas nunca tuvieron, y al presente todavía no tienen ninguna fe en Jesucristo. Y por eso, (como dice San Pablo) "¿Cómo invocarán a aquel en quien no han creído?" Este es un pasaje que tenemos que notar bien; porque san Pablo nos declara que cuando se nos menciona el invocar el nombre de Dios, nosotros debemos buscarlo como nuestro Padre; sabiendo que en él tenemos todo beneficio y que é1 está dispuesto a recibirnos tan pronto como regresamos a él. De otra manera, ¿qué coraje tendríamos sin esto, para dirigirle nuestras peticiones? Es consecuencia, tendríamos que estar totalmente seguros de que al invocar al Señor Dios en verdad él nos recibe. Mediante esto se ve cuán fantasiosa es la fe de los papistas. Ellos afirman que de ninguna manera hay que pensar que uno será oído por Dios cuando le invoca, porque nadie sabe si está o no en un estado de gracia, y pensar que sí sería una presunción demasiado grande. ¿Qué hay que hacer entonces? Afirman que hay que orar en actitud dudosa, y que basta con que uno esté totalmente consagrado a la santa iglesia de ellos, es decir, que uno siempre tenga a flor de labios esta respuesta: "Yo creo lo que cree la santa madre iglesia" Es por eso que ellos siempre tienen una fe llena de dadas y oculta, y San Pablo declara que Dios los deshereda. Porque el evangelio tiene que ser predicado, no para hacernos dudar, sino para aseguramos nuestra salvación. Entonces, es muy fácil juzgar en qué consiste la fe de los papistas, en la cual también estuvimos en el tiempo de nuestra ignorancia. Tenemos que saber que Dios ha obrado Una gracia particular en nosotros al rescatamos de las sombras del error en que nos encontrábamos, y al darnos su evangelio para conducimos a la posibilidad de salvación. Pensando en todas estas cosas deberíamos suspirar y gemir viendo que es tan grande la bondad de Dios sobre nosotros que nos ha elegido de entre tanta gente para darnos el conocimiento de su palabra. Ahora bien, en el papado existe este mal de que ellos afirman que uno no puede invocar a Dios con una confianza firme, y que ello sería presunción, y que al invocar a Dios debemos hacerlo dudando. Y no es gente insignificante y común la que quiere sostener esto, sino grandes maestros, y aquellos de quienes se espera que tengan la totalidad de las Sagradas Escrituras impresas en su corazón. No serán tan ardientes como para defender sus grotescas imágenes, aunque hacen suficiente esfuerzo por mantenerlas. Pero cuando se trate de confesar semejantes blasfemias, se animarán de tal manera que parecerán estar fuera de si. ¿Y por qué? Porque por medio de ellos el diablo quiere impedir que nosotros invoquemos el nombre de Dios como corresponde.
Por lo tanto, que todos aquellos que oran a Dios como en el papado tengan la seguridad de ser desheredados por Dios. Porque no es así absolutamente que debemos orar a Dios, diciendo tres o cuatro veces "Padre nuestro, que estás en los cielos" repitiéndolo y murmurándolo muchas veces. Todos los que lo hacen así son como hechiceros y brujas. Es cierto que no sabríamos cómo permanecer demasiado tiempo diciendo nuestras oraciones; pero oraciones de corazón. Porque cuando oramos debiéramos salir fuera de nosotros mismos, y olvidar nuestra propia naturaleza, el mundo y todos sus atractivos, a efectos de tener un acceso más fácil a nuestro Señor. Así es cómo debemos hacerlo. Además, sepamos que al no tener la verdadera invocación al nombre de Dios, realmente no tenemos nada. Y pesemos bien esta palabra con la cual se dice que si no invocamos a Dios estamos condenados. En el cuarto capitulo de Génesis está escrito con referencia al malvado linaje de descendientes de Caín, que ellos constituyen ciudades, levantan torres, y sin embargo no tienen la forma correcta de invocar a Dios. Pero cuando Adán hubo engendrado a Set, dice que el nombre de Dios fue invocado correctamente. Entonces Dios fue servido y honrado, porque después que Set fue instruido para servir a Dios, él también instruyó a sus hijos. Ahora bien, en cuanto a todo el servicio a Dios vemos que únicamente dice: "El nombre de Dios era invocado." Entonces, eso es lo principal que tenemos que tener. Porque si bien el nombre "Cristiano" actualmente vuela entre nosotros, si el nombre de Dios no es invocado por nosotros, ello no es más que un abuso. Y no podremos invocarle (como dice San Pablo) si no hemos creído en él. Es cierto que estando lejos del frente no seremos demasiado osados. Se ven haraganes que cuando están a la sombra de un jarro o de un vaso, pasan por los mejores cristianos del mundo, y aparentemente son los verdaderos campeones de Jesucristo y, aparentemente, han adquirido para él todo lo que él posee. Luego, otros, viniendo prometerán hacer milagros, y uno pensará (oyéndolos hablar) que si el cristianismo fuese abolido, de ellos no será quitado; no obstante, cuando se los mira de cerca, y se sondea sus corazones, se verá que están lejos de los que prometen. Y ellos son los primeros que se apartarán de Dios. ¿Y por qué? Porque no han considerado lo que son; porque cuando alguien se considera cuidadosamente, hallará un mar de pecados, de los cuales no podremos despojamos, si no tenemos, gimiendo, nuestro refugio en Dios a efectos de invocarle en nuestra necesidad. Además, sepamos que este sermón que en otro tiempo fue predicado por San Pedro en la ciudad de Jerusalén, ahora nos es predicado a nosotros, a efectos de ser beneficiados por él; y notemos que no es sin causa que él presente el pasaje del profeta Joel. Por lo tanto, tengamos confianza en esta promesa: "Y todo aquel que invocare el nombre del Señor será salvo."
Siguiendo esta santa enseñanza inclinémonos en humilde reverencia."

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