domingo, 6 de septiembre de 2009

TERCER SERMON SOBRE LA ASCENSION DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Por Juan Calvino

"Entonces los que se habían reunido le preguntaron, diciendo. Señor, ¿restaurarás el reino a Israel en este tiempo? Y les dijo: No os toca a vosotros saber los tiempos y las sazones, que el Padre puso en su sola potestad; pero recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra" (Hechos 1:6-8).

Si pudiéramos considerar la debilidad que hay en los hombres mientras están destituidos de la gracia de Dios, habríamos aprovechado mucho. Bajo la palabra "debilidad" incluyo todos 105 vicios e imperfecciones que hay en los hombres; como las de aquellos que son débiles y conquistados fácilmente por todas las tentaciones, como también la rudeza de sus espíritus, siendo corruptos y perversos. Entonces, cuando hayamos considerado estas cosas, tenemos que orar a Dios que lo tenga en cuenta y que remedie esas miserias a las que estamos sujetos. Es por eso que digo que habremos aprovechado mucho cuando hayamos considerado estas cosas. Sin embargo, tenemos que considerar lo que San Lucas declara en este pasaje. Porque él muestra cuán testarudos eran los apóstoles, puesto que durante tres años fueron enseñados escuchando de la boca de Jesucristo todo lo pertinente a su salvación. Aquí veremos entonces que ellos todavía son alumnos nuevos, como si nunca hubiesen escuchado una sola palabra. ¿Por qué? Hasta que Dios no haya corregido esta ignorancia los hombres siempre serán igualmente torpes, algo que debería humillarnos en gran manera. Reconozcamos entonces que debemos haber oído todo lo que se nos ha dicho. Es como si uno se lo hubiera dicho a un tronco hasta tanto Dios haya quitado esta crudeza que hay en nuestra naturaleza corrupta. De otra manera no entenderemos lo que nos dice, porque su palabra excede nuestra capacidad.
En las palabras que pronuncian los apóstoles vemos que ellos tenían esa ignorancia. Porque la pregunta que le hacen a Jesucristo es necia y carente de provecho. Cuando le preguntan si establecerá en este tiempo el reino de Israel, lo hacen únicamente por curiosidad superficial. Después, cuando dicen: "En este tiempo," ellos demuestran que estarían sumamente dispuestos a triunfar inmediatamente sin ningún trabajo. En vez de ser llamados para trabajar en el Evangelio, y de plantarlo a través del mundo entero, ellos en gran manera quisieran no tener que sufrir, sino de ser llenados inmediatamente con todos los beneficios. Aquí hay una falta doble. Luego, cuando dicen: "Reino," todavía siguen en falta. Porque atribuyen a Jesucristo un reino terrenal, y creen que él debiera reinar de la misma manera que los príncipes de este mundo; y ellos creen que siendo los más cercanos a él, serán eximidos de todo dolor y todo mal y que triunfarán por el hecho de recibir grandes oficios y estados. Y cuando agregan la palabra a "Israel," todavía están en falta, porque limitan a Israel la gracia que Dios ha prometido al mundo entero. Vemos entonces que no dicen una sola palabra que no contenga un error.
Además, Jesucristo los amonesta en la respuesta que les da, y aunque no los rechace diciendo: "Ustedes están en falta," no obstante, las palabras que les dice muestran con suficiente claridad que las dice para reprenderlos. Cuando dice: "No os toca a vosotros conocer los tiempos y las sazones que el Padre puso en su sola potestad," los reprende por esta necia curiosidad, porque cuando debían haber preguntado cosas realmente necesarias o quizá útiles, sus mentes están agitadas con curiosidades carentes de valor. Porque tenemos que estar satisfechos con lo que Dios se complace en declaramos; de modo que no hay nada mejor que ignorar aquellos que Dios no nos enseña en la Escritura. Esa es la manera entonces en que él los reprende por esta curiosidad.
Además, cuando les dice: "Recibiréis poder cuando venga sobre vosotros el Espíritu Santo," con ello les muestra que es necio querer ascender tan alto como para inquirir en los secretos de Dios. Porque hasta no haber recibido este poder de lo alto son incapaces pasa ello. Es cierto que habían recibido alguna gracia del Espíritu Santo, pero él les muestra que ciertamente necesitaban más; y que no era tiempo de triunfar, sino tiempo de salir a la batalla; luego verían lo que pasa. Entonces les dice: "Me seréis testigos en Jerusalén, y en toda Judea y en Samaria, y en toda la tierra." Es como si Jesús dijera: "Ustedes piensan que yo debería triunfar al modo de los príncipes terrenales, pero mi reino es espiritual." De esa manera corrige el último error de ellos, en cuanto a su pregunta sobre el reino de Israel, diciendo que el Evangelio tiene que ser llevado a Samaria. Porque había gran enemistad entre el pueblo de Judea y el de Samaria, aunque eran vecinos y aunque de alguna manera concordaban en ciertos principios religiosos, como ocurre en el día de hoy entre los papistas y nosotros. Porque tenemos cierto parentesco, ya que nosotros poseemos el Evangelio, y ellos afirman que también lo tienen. De manera que los samaritanos tenían la misma Ley que los judíos, pero aquellos lo habían pervertido todo, como los papistas ahora, y entonces el odio era tanto mayor. Aquí Jesucristo les dice a sus apóstoles que el Evangelio tiene que ser predicado a los de Samaria. Vemos entonces, cómo Jesús los reprende muy severamente por su error, conduciéndolos de vuelta al buen camino.
Además, tenemos que aplicar todo esto a nuestro uso propio. En primer lugar, silos apóstoles eran tan ignorantes, lo cual se percibe aquí con suficiente facilidad, el pecado en cuestión no estaba solamente en ellos sino también en nosotros. Consideremos entonces, como en un espejo, que la predicación que oímos no lo es todo, es necesario que además Dios nos ilumine y nos dé apertura hacia la palabra, para que entre a nosotros, y que abra nuestras mentes para que seamos capaces de comprender su voluntad. De lo contrario seguiremos en nuestra estupidez. Eso es lo que tenemos que notar en primer lugar de este pasaje.
Ahora, en cuanto a los errores comprendidos en la pregunta de los apóstoles, tenemos que considerarlos con la respuesta que Jesucristo les da, y mediante la cual los amonesta y corrige. En primer lugar vemos que los hombres están inclinados a la curiosidad. Lo experimentamos en nosotros mismos. Veamos si estamos acostumbrados, como corresponde, a inquirir en las cosas que nos son necesarias. De ninguna manera. Pero cuando ellas nos son mencionadas por segunda vez, nos parece que no son sino un dolor de cabeza. Y si hay algún asunto difícil, que incluso nos es muy necesario entender, cuando nos han mencionado dos palabras de él ya nos parece que es suficiente. Esta es nuestra inconstancia, que no podemos fijar nuestras mentes en las cosas necesarias. Pero cuando alguien nos cuenta fábulas, mentiras, y cosas carentes de provecho, ¡oh! Nunca estaremos cansados de escucharlas, nos pasamos todo el día haciéndolo. Incluso estaríamos dispuestos a empaparnos los oídos con ellas y pasar así toda la noche. Vemos entonces que la mente humana es tan frívola que no se preocupa en absoluto por las cosas necesarias. Destruye las cosas que le son buenas y provechosas; el solo hablar de ellas le produce retorcijones (como suelen decir). Ciertamente, es aquí donde haríamos bien en emplear toda nuestra vida, es decir, en considerar la gracia que Dios nos ha manifestado, enviándonos a Jesucristo para hacernos sabios. Porque se trata de una sabiduría que se extiende por doquier, tanto arriba como abajo y a todos los costados. Es lo que San Pablo dice a los efesios cuando habla de la longitud, el ancho, la altura y la profundidad, es decir, tan lejos como se puede extender la mente, para que se dediquen a conocer más y más el amor que Dios nos ha manifestado dándonos a Jesucristo su bien amado Hijo. Allí es donde deberíamos dedicar toda nuestra vida. Y sin embargo, si alguien nos habla media hora de ello, nos parece que es demasiado tiempo. Por lo cual vemos que nuestras mentes divagan, y únicamente quieren divagar en cosas inútiles. Se deleitan aquí y se sacian allá, Y cuando se trata de querer confirmar cosas que debiéramos tener por seguras, o quizá si alguien quiere advertirnos cosas que nos sucederán, no podemos aplicarnos a ello, porque nuestra mente se distrae de inmediato, y divaga aquí y allá, y hace castillos en España; y el que tiene riquezas piensa en sus posesiones y fortunas. Por otra parte, aquel que no tiene absolutamente nada, seguirá allá, insensible como una bestia bruta, y no pensará en lo que se dice. Así es como todos estamos manchados con este pecado, y no hay ninguno que ante los ojos de Dios no sea culpable de él. Por eso, viendo que los apóstoles eran curiosos por conocer cosas que de ninguna manera les importaban, no los condenemos por ese motivo. Reconozcamos en cambio que tenemos buenos motivos para condenarnos a nosotros mismos. Porque vemos que este es un pecado tan común, aprenda cada uno a apartar su mente de semejantes fantasías, y no tenemos que darnos premeditadamente a semejantes errores, sino que tenemos que aplicar nuestras mentes a comprender el conocimiento que Dios se complace en ofrecernos de su consejo y a aferrarnos a eso.
De igual manera pesemos cuidadosamente esta palabra: "No os toca a vosotros saber los tiempos y las sazones, que el Padre puso en su sola potestad." Al decir esto, tenemos aquí una palabra que debería sujetarnos para apartarnos enseguida de toda curiosidad. Ciertamente, aunque nuestra naturaleza nos espolea a continuar, no obstante, tenemos que retroceder y reconocer lo que dijo Salomón: "Aquel que busca los secretos de Dios será oprimido por la gloria." Si buscamos y somos curiosos de esa manera, ciertamente experimentaremos que esto no fue dicho en vano. Reconozcamos entonces que no nos es dado trascender semejante límite. En cambio, consideremos qué es lo que nos prohíbe inquirir: "Lo que el Padre ha puesto en su sola potestad." Aquí uno podría preguntar: ¿Acaso el Padre no ha puesto en su sola potestad el invierno y verano, y el orden de los tiempos y las sazones? SI, entonces aparentemente él quiere decir que no tenemos derecho de inquirir en esto. No, en efecto, porque esto no es todo lo que el Padre tiene en su propia potestad y respecto de lo cual Jesucristo dijo a sus apóstoles que no les correspondía inquirir. Se trata de cosas que en parte Dios se reserva para sí, y cuyo conocimiento esta prohibido para nosotros. Ahora bien, él nos ha declarado cosas que son de acuerdo al orden de la naturaleza, y cómo tiene que hacer frío en el invierno y calor en el verano. Pero si a veces vemos grandes olas de frío en el verano, reconozcamos que esto proviene de nuestros pecados que pervierten el orden de la naturaleza; y que por la enormidad de estos ciertamente merecernos que todo sea pervertido, pero que no obstante Dios no deja de remediarlo. Entonces, puesto que Dios nos ha declarado esto, no se lo ha reservado únicamente para sí mismo. Porque de ninguna manera quiere que pensemos que su poder es un poder excesivo; lo que él quiere que nosotros no sepamos, lo retiene de tal manera que no nos llegue. Entonces, siguiendo esto, Jesucristo dijo: "No es dado a vosotros saber lo que el Padre ha puesto en su sola potestad." Como si dijera: "Confórmense con lo que les declaro, y vivan de acuerdo a ello. Porque si ustedes quieren comenzar a disputar, y a inquirir en lo que él quiere ocultar de ustedes, sólo lograrán ser confundidos, porque él no escatimó nada, para que todo lo que ustedes debían conocer, les pudiera ser declarado." Entonces, si quisiéramos ir más allá de esto, es como si quisiéramos desafiarlo. Esto es lo que tendríamos que notar de este pasaje: los hombres tienen que aprender a controlarse y a refrenarse, para no querer inquirir de ninguna manera en aquello que Dios desea ocultar de nosotros, y a ser diligentes para reconocer e inquirir para conocer aquello que él quiere que nosotros conozcamos. Por lo demás, no estemos ansiosos queriendo inquirir: ¿Y por qué es esto? ¿Y por qué aquello? Guardémonos de semejante curiosidad como de una peste mortal. Todo aquel que no lo haga así solamente hará violencia a su naturaleza. Porque por nuestra naturaleza estarnos inclinados a tales necedades, como es el dejar lo principal que es necesario para nosotros y entonces, divertirnos con lo que no es ni necesario ni útil, sino una necia curiosidad, como cada uno lo demuestra en su lugar. Por ejemplo, aquí tenemos el Evangelio, que es una fuente de toda sabiduría, y que nos enseña a confiar en Dios, y a tener nuestro refugio invocándole por su intermedio, para que podamos luchar contra nuestros deseos camales, para ser totalmente conformados a él y para obedecerle. Eso es lo que nuestro Señor espera de nosotros, inclusive por medio de toda la Escritura. Ahora bien, nos parece que esto es demasiado poco, y cada uno quiere introducirse a tientas en cosas que Dios quiso ocultar de nosotros. Nosotros queremos controlar a nuestro Señor, y creemos que hubiera sido mejor si hubiera hecho las cosas de otra manera. Esto es lo que nos pasa. También dije que si queremos practicar esta enseñanza y de ninguna manera ser curiosos, cada uno de nosotros tiene que controlar su naturaleza, puesto que ella nos impulsa a esas fantasías. Entonces, el hombre no está satisfecho con considerar a Dios en la creación del mundo, aunque considerando las obras de Dios hay lo suficiente para estar satisfechos. Pero, ¿qué ocurre? Los hombres dejan las obras de Dios, inclusive las que ha hecho para nuestra redención (y esta es una obra que excede toda longitud, ancho, y altura), y quieren saber por qué Dios ha hecho semejante esfuerzo para crear al mundo, puesto que hace menos de siete mil años que el mundo fue creado. Pero notemos que Dios, antes de crear al mundo, designó al infierno para poner en él a personas tan curiosas. Y con buenos motivos. Porque además de constituir una curiosidad reprochable el introducirse en semejantes pensamientos, ¿no es acaso una audacia el levantarnos contra Dios levantándonos contra su obra, como que ella no nos pareciera buena? Por eso, entonces, es que tenemos que estar satisfechos con cosas que Dios ha puesto en nuestro entendimiento. Pues, aunque dedicáramos toda nuestra vida para contemplarlas, sin embargo, no tendríamos tiempo suficiente para comprender siquiera la más mínima parte de ellas. Y que cada uno sepa que tiene que obedecer lo que ha dicho Jesucristo, es decir que no debe inquirir en aquello que el Padre ha reservado para sí, esto es, en aquellas cosas que no están declaradas en su palabra.
Mediante esto vemos que él nos muestra nuestra incapacidad, la cual confirma aun más con lo que sigue diciendo: "Pero ustedes recibirán el poder del Espíritu Santo cuando venga sobre ustedes, y entonces serán más capaces de entender lo que Dios les declara." Con esto Jesucristo nos amonesta que es una temeridad inquirir más allá de lo que Dios nos declara. Porque es como si quisiéramos volar por encima de las nubes, a pesar de no tener alas; por lo tanto, si recociéramos nuestras limitaciones nos cuidaríamos de ir tan lejos como estamos acostumbrados a hacerlo. Y tenemos que notar cuidadosamente que él dice: "El poder del Espíritu Santo viniendo sobre ustedes," que es como si dijera: "Pobres bestias, reconozcan lo que son. ¿Porque qué es la mente de ustedes para comprender cosas tan elevadas? ¿Cómo podrán penetrarías? Entonces, aprendan rápidamente a humillarse y a conocer su ignorancia, y aprendan a orar a Dios." En resumen aquí tenemos una advertencia general de que, si bien Dios nos permite nuestros sentidos naturales, no obstante somos extremadamente brutos. Y no costaría nada convertirnos en testarudos, y por las Escrituras no entenderíamos nada, aunque ellas nos fuesen explicadas muy detalladamente. Esta inteligencia, entonces, tiene que provenir de Dios quien nos la da por medio de su pura bondad. Porque si bien tenemos la Escritura y ella nos es expuesta, es como que alumbrase el sol, pero todos nosotros somos ciegos. ¿Qué queda entonces, sino que oremos a Dios que él pueda aliviar nuestra ignorancia?
Vengamos al segundo error. Es que ellos querían triunfar enseguida y después vivir placenteramente sin ningún dolor. Ahora bien, este pecado está en todos nosotros, porque no existe ninguno que no quiera reinar con Jesucristo en aquella salvación eterna que él nos ha prometido. Sin embargo, cuando alguien nos habla de llevar la cruz de Cristo, y de entrar en combate contra Satanás contra el mundo, y aun contra nuestra propia naturaleza, ciertamente quisiéramos retirarnos de la tarea. Además, debiéramos ser cuidadosos para notar este pasaje: si queremos ser partícipes de los beneficios de Jesucristo, ahora tenemos que poner manos a la obra. ¿Queremos tener victoria con él? Luchemos puesto que estamos en tiempo de guerra. Si queremos ser partícipes de todos sus beneficios, tenemos que soportar las dificultades que él permitirá que nos sobrevengan en este mundo. Esto es lo que dice San Pablo: "Si somos partícipes en sus sufrimientos, también seremos partícipes en sus consolaciones." Vean, ahora que Jesucristo está sentado en el trono de gloria, todo ha sido puesto en su mano. Pero antes de llegar allá, ¿cómo anduvo en este mundo? ¿Qué aflicciones soportó? Fue afligido tanto que su vida parecía miserable. Porque durante todo el tiempo de su vida, no tuvo sino aflicciones y al final soportó la muerte más cruel que se pudo inventar. Lo que es más, aparentemente es abandonado por Dios al permitir que sea condenado así por el mundo. Esto es lo que tenemos que considerar, que si queremos entrar a esta gloria inmortal, es preciso que en este mundo llevemos su cruz. Ahora bien, estaríamos muy contentos en alcanzarlo de un salto, pero no estamos dispuestos a dar un solo paso a través del odio, la burla y las aflicciones. Pero, ¿después de todo? No obstante tiene que ser hecho. Porque no hemos de cambiar el orden que Dios ha establecido; es inviolable. Ciertamente queremos saber lo que ocurre en el paraíso, pero no queremos permanecer en el camino que consiste en que Dios nos ha puesto aquí abajo para ninguna otra cosa sino para que Jesucristo sea servido por nosotros en este mundo, a efectos de que seamos partícipes de su gloria, habiendo luchado con toda nuestra fuerza contra los ataques que habrán sido lanzados contra nosotros para apartarnos de él. Pero querer comprender lo que es hecho en el paraíso, y no permanecer en el camino, es burla. Tenemos que considerar entonces, para qué nos llama Dios, y descubriremos que somos llamados para luchar, y que hay tanta dificultad para elevarse encima de los combates, que no tendremos tiempo para inquirir en cosas que no nos sirven de nada, cosas vanas y curiosas; en cambio la Palabra tiene que ser hallada suficiente por nosotros, porque ella nos muestra el camino que debemos tomar.
Aquí hay dos cosas mediante las cuales Jesucristo corrige la curiosidad de sus apóstoles: les declara que debieran discernir lo que tiene que hacer. Aquí está, digo, por corregir el pecado al cual estamos inclinados: que consideremos lo que Dios nos enseña por medio de su palabra. Porque cuando estemos atentos a ella, se quitará de nosotros el pecado de ser demasiado curiosos y osados. Allí están, entonces, en primer lugar las promesas que les da Jesucristo, "recibiréis el poder del Espíritu Santo," como diciendo: "Confórmense con lo que Dios quiere enviarles." Aprendamos entonces, cuando nuestra naturaleza nos pica a salirnos de los límites, a atenernos a las promesas de Dios, y a reconocer: Aquí es donde tenemos que detenernos. Entonces, estemos satisfechos con esto, y que ello sea todo nuestro alimento y refresco. Luego también están allí los mandamientos de Dios a efectos de saber para qué quiere emplearnos. Cuando sepamos esto no nos quedará tiempo para vagar por el país, veremos en cambio que el camino es suficientemente largo y que en efecto sería necesario volar, si estuviéramos preocupados por hacer lo que nos manda. Será más fácil entender esto cuando sepamos que la palabra de Dios es la medicina para corregir esta curiosidad. ¿De qué manera? Aquí están las promesas que tenemos con respecto a la vida presente, por las que Dios asegura ayudarnos. Jesucristo también nos ha enseñado a pedir por nuestro pan. ¿Pero qué? Esto no es lo principal. Porque ciertamente extiende su mano y alimenta a las bestias brutas. Entonces, para nosotros esta será una cosa demasiado pequeña para ser considerada; lo principal, en cambio, es que gustemos su misericordia, sabiendo que tiene piedad de nosotros pobres pecadores, y que no quiere que perezcamos en nuestras necedades, que más bien nos extiende su mano para rescatamos de ellas. Entonces tengamos confianza en esto. Después él nos llama a la vida eterna con Jesucristo, y nos promete ser unidos a él. Entonces, si tenemos estas promesas, cada uno tiene que dedicarse al ejercicio espiritual, tanto a la noche como a la mañana y esta deber ser nuestra sabiduría Tenemos entonces, sus mandamientos, a los cuales debemos aferrarnos sin contaminamos con supersticiones; y cada uno tiene que negarse a sí mismo, para vivir en todo amor unos con otros, en sobriedad, en castidad, en humildad y en toda honestidad. Cada uno tiene que ser puro y limpio de toda inclinación a la comodidad lujuriosa. Esta es una regla general. Además, cada uno tiene aquí su lección particular. El Padre de una familia debería entender qué amor debe tener hacia su esposa. La esposa debería saber que tiene que estar sujeta a su esposo, y ambos tienen que estar amonestados en cuanto a la instrucción que le deben a sus hijos. Luego, los magistrados tienen aquí su lección. De igual modo, los ministros de la palabra de Dios tienen aquí la suya. En resumen, esta es una perfección de doctrina en todos los respectos, donde cada uno es suficientemente instruido, de manera que ninguno pueda ignorar su deber. Eso es lo que tenemos que notar. Y si cada uno se aplicara a esto como corresponde, ciertamente no tendría tiempo para estar vagando por el país. Además, si somos esa clase de vagabundos, ello es señal segura de que nunca hemos entendido el principio de nuestra salvación, y de qué manera hemos de ser discípulos de nuestro Señor. Y por medio de esto podernos reprender a esta gente curiosa, que hace preguntas, y le podemos decir: "Mi amigo, puesto que haces semejantes preguntas carentes de propósito, aun no has aprendido lo que es tu bautismo. Porque sabrías que tienes que negarte a ti mismo. Pero ahora quisieras que Dios te deje vagar por aquí y allá. Entonces, estudia tus preguntas, y luego ellas serán discutidas durante cien años." Además, debiéramos estar atentos para pensar. Aquí. Donde Dios nos llama. Es decir, que podarnos saber en qué reside la confianza de nuestra salvación. Luego, oremos para que tenga piedad de nosotros, y que también aprendamos a corregir nuestras vidas. Es allí donde debieran apuntar todos nuestros sentidos. Y cuando ocurre que somos distraídos para pensar en esto y aquello, entonces debemos considerar cómo cumplir con nuestro deber prestando atención a nuestras conciencias. Entonces Jesucristo será nuestro médico que seguramente sabrá cómo proveer el remedio.
Siguiendo esta santa enseñanza vamos a inclinamos en humilde reverencia ante el rostro de nuestro Dios.
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