domingo, 6 de septiembre de 2009

OCTAVO SERMÓN SOBRE LA PASIÓN DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO

Por: Juan Calvino

"Estaban allí muchas mujeres mirando de lejos, las cuales habían seguido a Jesús desde Galilea, sirviéndole, entre las cuales estaban María Magdalena, María la madre de Jacobo y de José, y la madre de los lujos de Zebedeo.
Cuando llegó la noche, vino un hombre rico de Arimatea, llamado José, que también había sido discípulo de Jesús. Este, fue a Pilato y pidió el cuerpo de Jesús. Entonces Pilato mandó que se le diese el cuerpo. Y tomando José el cuerpo, lo envolvió en una sábana limpia, y lo puso en su sepulcro nuevo, que había labrado en la peña; y después de hacer rodar una gran piedra a la entrada del sepulcro, se fue" (Mateo 27:55 60).

Anteriormente hemos visto cómo nuestro Señor Jesús declaró el fruto y el poder de su muerte en aquel pobre ladrón que ciertamente parecía ser un alma condenada y perdida. Ahora bien, si todos aquellos que anteriormente habían sido enseñados en el Evangelio y que de alguna manera lo habían sido enseñados en el Evangelio y que de alguna manera lo habían gustado, eran alejados viendo morir al Hijo de Dios, parecería que la predicación del Evangelio fue vana e inútil. Además sabemos que los apóstoles habían sido elegidos a la condición de ser realmente las primicias de la iglesia. Entonces uno podría haber pensado que dicha elección había sido desalentadora y el hecho de haber sido nombrados a ese oficio y estado. Por ese motivo se nos declara aquí que si bien los apóstoles habían huido (en lo cual se demostró una cobardía villana) y aunque San Pedro había renunciado incluso a nuestro Señor Jesús quedando realmente cortado de toda esperanza de salvación, en efecto, digno de la reputación de un miembro contaminado; no obstante, Dios no permitió que la doctrina que ellos habían recibido anteriormente quedase extinguida y enteramente abolida. Es cierto que San Mateo aduce más fe a la constancia de las mujeres que a la de los hombres. Es para que aprendamos a magnificar tanto más la bondad de Dios, quien perfecciona(1) su poder en nuestra debilidad. Es por eso también que San Pablo afirma que Dios ha escogido a las cosas débiles del mundo, para que aquellos que se suponen ser fuertes inclinen sus cabezas y de ninguna manera se gloríen en sí mismos.(2) Entonces, si aquí se hubiera hablado de hombres y de su longanimidad, y de que ellos siguieron a nuestro Señor Jesucristo hasta la muerte, uno lo consideraría como algo natural. Pero tratándose de mujeres las que son guiadas por el Espíritu de Dios, y las que tienen mayor osadía que los hombres, en efecto, incluso más que los que habían sido elegidos para publicar el Evangelio en el mundo, en vista de ello reconocemos que Dios estaba obrando y que es él a quien debernos atribuir toda alabanza.

Ahora, dice en forma especial: "Estas mujeres habían seguido a nuestro Señor Jesús, sirviéndole." Esto es para declarar mejor la inclinación que tenían, por aprovechar el Evangelio. Porque no fue un asunto de poca excelencia que, dejaran sus casas para viajar de un punto a otro, en efecto, con gran esfuerzo y aun en esperanza. Porque sabemos cuál era la condición de nuestro Señor Jesucristo mientras andaba en este mundo. Dijo que los zorros tenían sus cuevas y que las avecillas podían hacer sus nidos, pero que él no tenía donde reclinar su cabeza. (3) Por otra parte vemos que estas mujeres tenían los medios para alimentarse ellas mismas en paz con tranquilidad. Entonces, al andar de esa manera, sin hallar hospedaje, o solamente con dificultad, obligadas a quedar sin comida y bebida, sujetas a muchas burlas, de todas partes echadas y molestadas; no obstante ellas lo superan todo y lo soportan pacientemente; en vista de ello podemos juzgar fácilmente cómo habían sido fortalecidas por Dios. De todos modos, ante la muerte aun declaran la esperanza que tenían en nuestro Señor Jesucristo. Porque si bien están abrumadas aunque hubiesen supuesto que Jesús había venido para sufrir, bien podían haber llegado a la conclusión de que Jesús había fracasado completamente. Porque él les había hablado del Reino de Dios que por medio suyo había de ser restaurado. El les había hablado de la perfecta bienaventuranza Y de la salvación que obtendría. ¿Y dónde están todas estas cosas" Vemos entonces, cómo estas pobres mujeres, aunque abrumadas y aunque muy atribuladas, desconociendo cuál sería el final de la vida de nuestro Señor, no obstante son retenidas por su autoridad. No obstante, él hace que al final ellas pudieran reconocer y juzgar de que nada les había prometido en vano. Ellas entonces esperaron en la promesa de la resurrección, aunque conforme a los hombres podían haber llegado a una conclusión totalmente contraria. Vemos sin embargo cuán entrenada estaba la fe de ellas, a efectos de que no seamos atormentados desmedidamente, cuando por las apariencias parecemos estar abandonados por Dios, y cuando realmente todas las promesas del Evangelio parecen estar abolidas, sino que a pesar de ello persistamos. Porque si fracasamos en tales combates, estas mujeres dan testimonio contra nosotros y lo harán para gran condenación nuestra. ¿Acaso queremos un ejemplo más severo que el del sufrimiento que ellas soportaron? Pero ellas fueron victoriosas, ciertamente, por medio de la fe.

De manera entonces, procedamos a armarnos cuando somos advertidos de los ataques de Satanás contra nosotros, a efectos de estar preparados para rechazar el golpe, mostrar que el poder de nuestro Señor Jesucristo nos sostiene de tal manera que si bien a primera vista no percibimos el cumplimiento de lo que se nos dice, no dejamos de reposar en él y de rendirle este honor y reverencia confiados de que al final él demostrará ser fiel. Y necesitamos ser probados así hasta el límite. Porque de otra manera seríamos demasiado delicados, incluso nuestra fe se adormecería, o quizá imaginemos un paraíso terrenal y no podríamos elevar suficientemente nuestros sentidos para renunciar a este mundo (corno también podemos apreciarlo mejor en la persona de la madre de Juan y Jacobo. Sabemos que anteriormente había sido impulsada por una ambición tal ella había querido ver a nuestro Señor sentado en su trono real, rodeado únicamente por pompa y valentía, y a sus dos hijos como lugartenientes de nuestro Señor. "Ordena, Señor," le dice, "que uno de mis hijos esté a tu mano derecha, y el otro a tu izquierda." ¡Qué mujer necia! Solamente pensaba en la gloria, solamente quería ver un triunfo terrenal en sus hijos. Ahora bien, aquí la experiencia es distinta y muy diferente. Porque ella ve a nuestro Señor Jesús Colgado de la cruz, en tal vergüenza y desgracia que el mundo entero se le ha opuesto, y en realidad está allí como maldito de Dios. De manera que esto es lo que vemos cuando somos llevados a tal confusión que nuestro espíritu se maraville de terror y angustia, pero por este medio Dios nos priva de todos los afectos terrenales, para que nada nos pueda estorbar de ser levantados al cielo y a la vida espiritual a la que debemos aspirar. Pero no es posible hasta que no seamos purgados de todo aquello que nos retiene en esta tierra. Esto es entonces, en resumen, lo que debemos recordar concerniente a estas mujeres.

Sin embargo, esto no es para afirmar que no haya habido también hombres, pero el propósito del Espíritu Santo era poner este espejo ante nuestros ojos para que pudiésemos saber que fue Dios quien condujo a estas mujeres mediante el poder de su Espíritu Santo, y que él quiso declarar su poder y su gracia escogiendo instrumentos tan débiles de acuerdo al mundo. Lo mismo se ve también en Nicodemo y José. Es cierto que San Mateo, San Marcos y San Lucas hablan únicamente de José diciendo que vino a Pilato; y Nicodemo tomó coraje viendo el líder que tenía. Es cierto que Nicodemo era un maestro de gran estima. José era un propietario rico, en efecto, un miembro del concilio. No obstante, miremos para ver si en ellos había un celo tal como para exponerse a la muerte por nuestro Señor Jesús y, ciertamente, si durante la vida del Señor dejaron sus casas a efectos de seguirle. De ninguna manera. Pero cuando están en presencia de la muerte Dios los toca y los incita más allá de todas las expectativas humanas. Vemos entonces que aquí Dios obró un cambio extraño y admirable, dando a José y a Nicodemo semejante osadía de modo que no temieron la ira del pueblo entero al venir para dar sepultura a nuestro Señor Jesús. Anteriormente Nicodemo había venido de noche por temor de ser marcado por la infamia. Ahora que nuestro Señor Jesús ha llegado a esta situación extrema, él e da sepultura. Fue preciso entonces, que Dios le diera un nuevo valor, porque, interiormente se había ocultado, y, en efecto, no hubo sombras suficientemente, oscuras para él; viendo esta timidez y cobardía Dios tuvo que corregir este pecado en él. En resumen, vemos cómo obraba la muerte de nuestro Señor Jesús, y cómo en ese momento ya exhibía las gracias de su Santo Espíritu en estas pobres personas que anteriormente nunca se atrevieron a hacer una declaración de su fe. Ahora bien, no solamente hablan con su boca, en cambio lo que hacen demuestra que prefieren ser execrables delante del mundo entero siendo discípulos de Jesucristo, antes que perder lo que habían obtenido, es decir, la salvación gratuita que se les había ofrecido.

Es por ese motivo también que dice que José esperaba el reino de Dios. Mediante esta palabra se nos declara que estamos separados de Dios y desterrados de su reino hasta que él nos reúna en su presencia para ser su pueblo. Vemos entonces, cuán miserable es la condición de los hombres, hasta que nuestro Señor Jesús los llama a su presencia a efectos de dedicarlos a su Padre. Y si estamos separados de este bien, ¡desgracia y confusión sobre nosotros! Entonces, fue una gran virtud el esperar el reino de Dios, puesto que los judíos lo habían corrompido, y puesto que las ocasiones para ello, conforme al mundo, eran muy grandes. Porque cuando el pueblo hubo regresado de Babilonia los profetas declararon que Dios sería de tal manera su Redentor que un reino florecería en toda dignidad, que el templo sería construido con mayor gloria que nunca, que entonces disfrutarían de todos los beneficios, y que la vida sería feliz, que todos tendrían reposo y que la única preocupación sería la de regocijarse en Dios, y de bendecir su nombre, y de darle alabanza. Eso era lo que los profetas habían prometido. Pero, ¿cuál es en cambio la condición del pueblo? El pueblo es consumido y devorado por sus vecinos, es aguijoneado y molestado. A veces la tiranía es tan extrema que en toda la ciudad se derrama sangre inocente, el libro de la ley es quemado, y se le prohíbe al pueblo hacer una sola lectura de ella, bajo pena de muerte. Las crueldades que se practican son tan terribles que el solo pensar en ellas es horrible. El templo está lleno de corrupción. La casa de David, ¿qué ha sido de ella? Ha decaído totalmente y el estado de cosas va continuamente de mal en peor. De manera entonces que uno no tiene que maravillarse si en un pueblo tan rudo y tan entregado a sus apetitos y deseos solamente se encontraban unos pocos que habían retenido la verdadera religión y que no habían perdido el ánimo; porque también vemos que el número de aquellos que habían permanecido pacientemente y que fueron firmes en la fe era muy pequeño y escaso. Es algo que se dice de Simeón, es algo que se dice de Ana la profetiza, es algo que se dice de José. Pero, ¿por qué? Es una multitud tan grande, entro los judíos, en un país tan populoso, el Espíritu Santo nos presenta cuatro o cinco como algo que realmente no era usual, y da testimonio de que esas personas estaban esperando el reino de Dios. Pero es para que nosotros podamos aprender que cuando todo está confuso y desesperado, a tener nuestros ojos puestos en Dios. Y puesto que su verdad es infalible e inmutable, aprendamos a estar firmes hasta el fin, y elevémonos por encima de todos los problemas, escándalos y perplejidades de este mundo, y aunque gimamos no dejemos de aspirar a aquello a lo cual el Señor nos llama, es decir, a esperar pacientemente que su reino sea establecido en nosotros, y que pueda ser suficiente, para nosotros tener la garantía que nos da de su Santo Espíritu, mediante el cual nos testifica de la libre adopción que ha hecho de nosotros. Entonces, cuando Dios declara sostenemos y considerarnos como hijos suyos, y cuando esto está grabado por su Santo Espíritu en nuestros corazones, cuando todos los días tenemos la doctrina del evangelio resonando y retumbando en nuestros oídos, confirmados en la fe y no fallemos de ninguna manera aunque las cosas estén tan confusas que no podríamos imaginárnoslas peores. Eso es, entonces, en resumen, lo que tenemos que recordar de este pasaje.

Ahora es necesario notar también lo que San Juan relata antes que nuestro Señor Jesús es bajado de la cruz, es decir, que le cortaron el costado para ver si ya había entregado el espíritu. Porque no habían apurado su muerte como con los dos ladrones. Pero viendo que aparentemente ya había partido, vinieron para comprobarlo mediante una herida de lanza, entonces vieron que había muerto y por lo tanto los guardias estuvieron conformes. Ahora bien, es cierto que esto, si no contara con el testimonio de la ley, nos parecería una declaración algo fría. Pero San Juan quería damos evidencia de que nuestro Señor Jesús era el verdadero Cordero pascual, ya que por la providencia y el admirable consejo de Dios había sido preservado de toda mutilación. Porque en el capítulo 12 de Exodo dice que debían comer el cordero pascua, pero sin que fuesen quebrados sus huesos, sino que los mismos debían permanecer totalmente enteros.(4) ¿Por qué es importante que los huesos de Jesucristo no fuesen quebrados? Porque, como vemos, esa era la costumbre común. Ellos no quisieron eximirlo, e incluso fue colocado entre los ladrones, para que realmente fuese considerado el principal entre los hombres malvados y criminales. Entonces vemos que Dios estaba obrando aquí al retener las manos de los guardias, queriendo incluso que su Hijo expirase para Protegerlo, y para que pudiéramos tener aquí una señal evidente de que era en él que la verdad de esa antigua figura tenía que cumplirse. De manera entonces, debemos notar que el Hijo de Dios fue guardado de toda rotura de huesos a efectos de que nosotros podamos considerarlo como nuestro Cordero pascua], destinado a protegemos de la ira de Dios cuando hayamos sido marcados con su sangre. Porque tenemos que llegar a esta conclusión, que si él es nuestro Pascua, hasta el último de nosotros tiene que ser rociado con su sangre, porque sin ello de nada sirve que esa sangre haya sido derramada. Pero cuando le hayamos aceptado con este sacrificio también hallaremos allí la remisión de nuestros pecados, sabiendo que si no somos lavados y limpiados por él estamos llenos de contaminación. Entonces somos rociados por su sangre, mediante el rociado hecho en nuestras almas por el Espíritu Santo. Entonces somos purificados y Dios nos acepta como pueblo suyo, y entonces estamos seguros; aunque la ira de Dios y su venganza estén sobre todo el mundo, sin embargo, nos considera en piedad y nos protege como a hijos suyos. Eso es, entonces, lo que tenemos que recordar de este pasaje cuando dice que no fueron quebrados los huesos de nuestro Señor Jesús, ni lastimados, a efectos de que nosotros sepamos que lo que fue declarado por una figura en la ley, ha sido verificado en su persona.

No obstante también dice: "De su costado salió sangre y agua, y el que lo vio da Testimonio de ello." Cuando vemos que de esa manera salió agua y sangre, debiéramos recordar que ello nos trae el purgamiento y la determinación(5) de borrar nuestros pecados, en efecto, por medio de su sacrificio, como San Juan lo menciona en su carta canónica.(6) Es cierto que en la muerte la sangre puede cuajar, y es hecho por la naturaleza, y con la sangre puede manar agua, es decir que la parte más fluida así como el color y la parte más espesa de la sangre se habrán coagulado. Pero San Juan declaró, que aunque ello puede haber sido así, Dios quiso mostrar en qué nos aprovecha la muerte de su Hijo, es decir, en primer lugar, que por el derramamiento de sangre él está aplacado en cuanto a nosotros, puesto que dice que sin derramamiento de sangre no es posible la remisión de pecados. Porque por ese motivo, desde el comienzo del mundo se ofrecieron sacrificios. Ciertamente Dios declaró que sería propicio a todos los pobres pecadores que tuviesen esperanza en él; pero quería que se agregasen los sacrificios, como diciendo que la remisión de pecados sería dada gratuitamente, porque por sus propios medios ellos no podrían ofrecer nada, sino que el Mediador estaría en lugar de recompensa. Así es entonces, cómo la sangre que manó del costado de nuestro Señor Jesucristo es testimonio de que el sacrificio por él ofrecido es la recompensa por todas nuestras iniquidades, de manera que somos justificados delante de Dios. Es cierto que siempre tenemos que sentirnos culpables de esa sangre, a efectos de humillarnos y de llevarnos a un auténtico arrepentimiento, y para despojarnos de toda presunción. Pero, aunque ello sea así, hemos recibido la certeza de que Dios nos tiene justificados y absueltos por el nombre de su Hijo cuando nos acercamos para reconocer nuestras faltas y ofensas. Y ¿por qué? Porque el sacrificio de su muerte es suficiente para borrar la memoria de todas nuestras transgresiones. Ahora bien, allí está el agua que implica purgamiento. A efectos entonces, de que seamos lavados de todas nuestras manchas reconozcamos que nuestro Señor Jesús quiso que el agua manase de su costado para declarar que realmente él es nuestra pureza y que no necesitamos buscar ningún otro remedio para limpiarnos de ninguna de nuestras manchas. Así es entonces, cómo él vino con agua y con sangre, y por medio de ellos tenemos en él toda perfección de salvación, y ya no tenemos que ir de un lugar a otro para recibir ayuda de una parte u otra.

Ciertamente, cuando miremos más de cerca veremos que hay una semejanza impresionante entre la sangre y el agua que manaron del costado de nuestro Señor Jesús, y los sacramentos de la iglesia mediante los cuales tenemos la prueba y el sello de lo que fue hecho en su muerte. Porque, habiendo soportado lo que se requería para nuestra salvación, habiendo conformado plenamente a Dios su Padre, habiéndonos santificado, habiendo adquirido plena justificación para nosotros. él quiso que todo ello pudiera ser testificado en los dos sacramentos que ha instituido. Digo dos. Porque no son más que dos los que fueron instituidos en su palabra, es decir, el Bautismo y la Cena del Señor. Todo el resto no son sino imaginaciones frívolas provenientes de la audacia y temeridad de los hombres. He aquí, entonces, nuestro Señor Jesucristo que exhibe el poder de su muerte y pasión tanto en el bautismo como en su Santa Cena. Porque en el bautismo tenemos testimonio de que nos ha lavado y limpiado de todas nuestras manchas, de manera que Dios nos recibe en gracia como si viniéramos delante de él puros y limpios. Ahora, reconozcamos que el agua del bautismo no tiene este efecto. ¿Cómo podría un elemento corruptible ser suficiente para el lavamiento y purgado de nuestras almas? Pero lo es en el agua que manó del costado de nuestro Señor Jesucristo. Entonces, vengamos a aquel que fue crucificado por nosotros, si queremos que el bautismo nos sea útil, si queremos experimentar su fruto, que nuestra fe pueda estar dirigida a nuestro Señor Jesucristo; él quiere que busquemos todos los elementos de la salvación en él, sin vagar y doblarnos a un lado y otro. Y luego, en la Santa Cena tenemos testimonio de que Jesucristo es nuestro alimento. Y en el pan el nos presenta su cuerpo, en el vino, su sangre. Esta es, entonces, la completa perfección de salvación, cuando somos purificados de esa manera, y cuando Dios nos acepta como si no tuviésemos sino integridad y justicia en nosotros; y de esa manera somos justificados delante de él y ya no somos más culpables, puesto que nuestro Señor Jesucristo ha pagado plenamente por nosotros. Es así, entonces, cómo debemos sacar provecho de los Sacramentos; aplicarnos con toda nuestra fe a nuestro Señor Jesucristo, y no volvernos a criatura alguna. Así también es cómo debemos ser asegurados de lo que fue hecho por la muerte y pasión de nuestro Señor Jesús, y que nuestra memoria sea refrescada diariamente cuando Dios nos muestra a ojos vistas cuánto valor le asignó al hecho de que del costado de nuestro Señor Jesús manara sangre y agua.

Así que esto es en resumen lo que tenemos que recordar en cuanto a la declaración de que el costado de nuestro Señor Jesucristo fue herido. En efecto, en esta palabra, cuando dice que la escritura fue cumplida, reconozcamos lo que ya ha sido dicho anteriormente en forma más extensa, es decir, que todo estaba bajo el gobierno del consejo secreto de Dios, y aunque los guardias no sabían lo que hacían, no obstante Dios efectuó y ejecutó lo que había pronunciado tanto por medio de Moisés y de su profeta Zacarías. Ya hemos visto en testimonio del Exodo. San Juan le agrega igualmente el testimonio del profeta Zacarías: "Verán a aquél a quien atravesaron."(7) Es cierto que Dios utiliza esto mediante una figura del lenguaje, porque desafía a quienes condenan su palabra a quienes estaban endurecidos en toda rebelión y malicia. O quizá dice: "Ellos creen hacer guerra contra los hombres que predican mi palabra, creen que de esta manera lo pueden impedir. Pero es contra mí que pelean, y cuando desprecian y rechazan de de esa manera mi palabra, creen que de esta manera lo pueden impedir. Pero es contra mí que pelean, y cuando desprecian y rechazan de esa manera mi palabra, es como si me hiriesen con una daga; de esa manera ellos verán a aquel a quien traspasaron." Y eso fue cumplido en la persona de nuestro Señor Jesucristo; porque fue atravesado precisamente en su cuerpo humano. Es así, entonces, cómo fue declarado ser el Dios que desde siempre había hablado por medio de sus profetas, puesto que en su persona se ve todo lo que había sido prometido.

Ahora bien, seguidamente dice que José habiendo obtenido permiso de Pilato para bajar de la cruz el cuerpo de Jesucristo, el mismo le fue entregado para ser sepultado; tenía además una sábana limpia y también compró algunos ungüentos aromáticos (pagando, en efecto, una gran suma según figura en San Juan) de mirra y áloe, y lo sepultó en un sepulcro nuevo que había preparado para sí mismo (sic), cavando en la roca. En este sepulcro nuestro Señor Jesucristo ya comenzaba a mostrar en qué terminaría su muerte, es decir, pronto vendría en la gloria de su resurrección, y Dios quería manifestarlo completamente. Este es, entonces, otro testimonio infalible, de que, entre tantas confusiones de lo que leemos en el relato, que podrían preocuparnos y sacudir nuestra fe, percibimos que nuestro Dios siempre ha cuidado de su único Hijo como de la Cabeza de la Iglesia, y de su bien amado, no solamente para que nosotros pudiéramos tener esperanza en él, sino para que pudiéramos esperar confiadamente, puesto que somos miembros de su cuerpo, de que el cuidado paternal de Dios seguramente también será extendido a nosotros y a cada uno de aquellos que esperan en él. Sin embargo, uno podría preguntar por qué nuestro Señor Jesucristo quiso ser sepultado tan cuidadosamente. Porque ciertamente pareciera que cosas tan suntuosas como áloes, mirra y cosas parecidas eran superfluas. En efecto, ¿qué beneficio es para un muerto que se lo lave o se lo unja, o se haga un gran desfile en su honor?(8) Parecería entonces que esto no estaba en armonía con la enseñanza del evangelio, donde dice que en el día final seremos resucitados mediante el inestimable poder de nuestro Dios. Entonces parecería que toda esa pompa debería ser rechazada y olvidada. Consecuentemente uno podría llegar a la conclusión de que José practicaba una devoción necia tendiente a oscurecer la esperanza en la resurrección. Sin embargo, debemos notar que los judíos practicaban esa clase de ceremonias hasta que nuestro Señor Jesucristo hubo cumplido con todo lo necesario para nuestra salvación. Y, en aquel tiempo el sepulcro era como los sacrificios, y los lavamientos, y las luces del templo, todas las cosas similares. Porque aquella gente, conforme a su ignorancia,(9) tenía que ser tratada como niñitos. Es cierto que la tumba es considerada, por el mundo entero, como santa; y Dios quiso que esto estuviera grabado sobre el corazón de los hombres, aun el de los paganos, a efectos de que los hombres no tuviesen ninguna excusa en absoluto, para embrutecerse, y no abrigar la esperanza de una vida mejor. Pero los paganos han abusado de ello. Sin embargo, sea como fuere, en el día final les será reprochado el gran cuidado con que sepultaron a los muertos, porque no hubo nación tan bárbara que no hiciera siempre gran aspaviento de esto. No sabían por qué lo hacían como tampoco no había el por qué de sus sacrificios, pero ello les fue condenación suficiente al aparecer separados de la verdad de Dios corrompiendo el testimonio que Dios les dio destinado a atraerlos a la fe en la vida celestial. Sea ello como fuere, la tumba en sí siempre ha sido realmente un espejo de la resurrección. Porque los cuerpos son colocados en la tierra como guardándolos por un tiempo. Si no hubiera ninguna resurrección, daría lo mismo tirarlos para ser comidos por los perros o por bestias salvajes. En cambio, eran honrosamente sepultados para mostrar que no perecerían totalmente, aunque pasarían por causa de la descomposición. Especialmente los judíos tenían algunas ceremonias. Es cierto que los egipcios los superaban en muchas maneras, pero no eran más que fanfarrias destinadas a hacer una gran reunión de lamentaciones, para llorar y para arrancarse los cabellos. Entonces, es eso lo que hacían los egipcios, pero el diablo los había hechizado de manera que pervertían todo el orden. En cuanto a los judíos que hacían uso del sepulcro era a efectos de confirmarlos en la fe de la resurrección.

Entonces, siguiendo lo que he comenzado a decir, nuestro Señor Jesús estuvo dispuesto a ser sepultado conforme a costumbres antiguas porque, con respecto a la resurrección, todavía no había cumplido con la totalidad de nuestra salvación. Es cierto que en su muerte se rasgó el velo del templo. Y de esa manera Dios mostró que era el fin y la perfección de todas las cosas, y que ya no permanecían las figuras y sombras de la ley. Sin embargo, para el mundo eso todavía no era evidente, y todavía no había nadie capaz de reconocer que en Jesucristo todas las figuras de la ley habían llegado a un fin. Por ese motivo entonces, aun quiso ser sepultado. Suficiente con esto. Ahora bien, sabemos que en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo la vida fue adquirida para nosotros, de manera que debiéramos ir directamente a él, sin buscar ningún otro medio para guiarnos que aquellos que él nos ha asignado. Ya hemos dicho que él nos ha dado dos sacramentos que nos sirvan como plena confirmación. Si la forma de sepelio observado por los judíos fuera necesaria para nosotros, sin lugar a duda Jesucristo habría querido que la misma permaneciera para siempre en su iglesia. Pero ya no es necesaria que nuestra atención sea cautivada por estos elementos terrenales y pueriles. Nos basta entonces, tenéis un sepelio simple, prescindiendo de estos ungimientos aromáticos, que no tipifican la resurrección que ha sido manifestada en nuestro Señor Jesucristo. No haríamos sino separarnos de él si quisiéramos tener una instrucción tan rudimentaria. Porque vemos que San Pablo dice: "Si nuestra vida está arriba, allí debemos buscarla en fe y espíritu,"(10) y es preciso que seamos unidos a nuestro Señor Jesús. (11) Extendámonos entonces, hacia él, que no seamos envueltos por nada que pudiera distraemos, o impedir, o postergar nuestra unión con él como con nuestra cabeza, porque dice que su cuerpo fue el templo de Dios. Eso es, entonces, en resumen, lo que tenemos que recordar en cuanto al sepulcro.

Todavía queda por considerar que fue puesto en un sepulcro nuevo, lo cual no ocurrió aparte de la providencia particular(12) de Dios, porque bien podría haber sido colocado en un sepulcro que ya había servido durante mucho tiempo. José de Arimatea también tenía sus ancestros, y en casas tan ricas y opulentas normalmente hay un sepulcro común. Pero Dios lo anticipó desde otro punto de pista, y quiso que nuestro Señor Jesús fuese puesto en un sepulcro nuevo donde nunca antes se había colocado a una persona. Porque, de igual modo, no fue sin causa que él sea llamado las primicias de la resurrección, y el primogénito de los muertos. Sin embargo uno podría decir que murieron muchos y fueron hechos partícipes de la vida antes que nuestro Señor Jesucristo. Lázaro había sido levantado. Y también sabemos que Enoc y Elías fueron traspuestos (13) sin muerte natural, y que fueron reunidos a la vida incorruptible. Pero todo ello depende de la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Entonces, debemos aferrarnos a él como primicias. Conforme a la ley los frutos de un año eran dedicados y consagrados a Dios cuando traían al altar no más que una mano llena de trigo y un racimo de uvas. Entonces, cuando aquello era ofrecido a Dios, constituía una consagración general de todo el fruto del año. Y también cuando el primogénito era dedicado a Dios, era para declarar la santidad del linaje de Israel, y afirmar que Dios lo aceptaba como heredad suya la cual él se había reservado, dándose por satisfecho con ese pueblo, como también un hombre se dará por satisfecho con su patrimonio.(14) De igual modo cuando vengamos a nuestro Señor Jesucristo, reconozcamos que en su persona somos todos dedicados y ofrecidos, a efectos de que su muerte pueda damos vida en el día de hoy y para que ya no sea tan mortal como antes. Esto es, entonces, lo que tenemos que observar con respecto al sepulcro nuevo, de que el sepulcro de nuestro Señor Jesucristo debería conducirnos a su resurrección.

Sin embargo, mirémonos a nosotros mismos. Porque, si bien todo aquello que debiera ayudarnos en nuestra fe fue cumplido en la persona del Hijo de Dios, aunque de ello tengamos un testimonio que debería ser suficiente para nosotros, en nuestra tosquedad (15) y debilidad todavía estamos muy lejos de venir a nuestro Señor Jesucristo. Y por este motivo, que cada uno de nosotros, reconociendo sus faltas, se extienda a los remedios, y que no perdamos el coraje. Vemos lo que hicieron Nicodemo y José. Ahora, hay dos cosas que tenemos que considerar para nuestro ejemplo. La primera es que todavía no habían sido claramente iluminados en cuanto al fruto de la muerte y pasión de nuestro Señor Jesucristo. Por lo tanto, aun hay cierta inmadurez y su fe todavía es muy pequeña. La otra es que, sin embargo, en una circunstancia tan extrema lucharon contra todas las tentaciones, y vinieron para buscar a nuestro Señor Jesús, muerto, para ponerlo en el sepulcro, declarando que estaban esperando en la bendita resurrección que les había sido prometida y a la cual aspiraban. Puesto que esto es así, entonces, al experimentar alguna debilidad en nosotros, que ni aun ella nos impida tomar coraje. Es cierto que somos débiles y que Dios podría rechazarnos si nos tratara estrictamente.(16) Pero al experimentar estas fallas, sepamos que él aceptará nuestro deseo, aunque sea imperfecto. Además, en el día de hoy, puesto que nuestro Señor se ha levantado en gloria, si bien aquí tenemos que soportar muchas privaciones y miserias, y aunque pareciera que él es crucificado todos los días en sus miembros, como que también los malvados los crucifican en la medida en que ello está en su poder; no por ese motivo debemos fallar, sabiendo que no podemos ser desilusionados en lo que nos es prometido en la enseñanza del Evangelio, y, aunque tengamos que pasar por muchas aflicciones, no obstante, miremos siempre a nuestra Cabeza. José y Nicodemo no contaban de ninguna manera con esta ventaja que nosotros tenemos en el día de hoy, es decir, de contemplar el poder del Espíritu de Dios que se manifestó a sí mismo en la resurrección de nuestro Señor Jesucristo. Sin embargo, ese no fue motivo para que su fe fuera totalmente apagada.

Ahora bien, puesto que nuestro Señor Jesús nos llama a su presencia, y puesto que con gran voz nos declara que ha ascendido a los cielos, a efectos de reunirnos a todos allí, persistamos constantemente en buscarle y en seguirle, y no consideremos como algo malo morir con él para ser partícipes en su gloria. Ahora San Pablo nos exhorta a ser hechos conforme a Jesucristo, no sólo con respecto a su muerte, sino también con respecto a su entierro. (17) Porque existen algunos que estarían dispuestos a morir con nuestro Señor Jesús por un minuto, pero si se prolonga se cansan. Por eso dije que debemos morir no solamente una vez, sino que debemos sufrir con paciencia el ser sepultado, hasta el fin. Yo lo llamo muerte cuando Dios quiere que suframos así por su nombre. Porque si bien al principio no seamos arrastrados al fuego o condenados por el mundo, no obstante, cuando somos afligidos, ya padecemos una especie de muerte que debemos soportar pacientemente. Pero puesto que no somos humillados tan fácilmente, debemos ser golpeados prolongadamente, y allí hemos de preservar y persistir pacientemente. Porque así como el diablo nunca deja de planear todo lo posible para distraernos y engañarnos, así también, durante toda nuestra vida no debemos dejar de luchar contra él. Aunque esta condición sea difícil y tediosa, esperemos el momento cuando Dios nos llame a su presencia, y nunca dejemos de confesar nuestra fe, y en ello signos a Nicodemo, pero no en lo que respecta a su timidez. Anteriormente, cuando vino al Señor Jesucristo, se ocultó, y no tuvo valor para darse a conocer como verdadero discípulo, pero cuando vino para sepultar a nuestro Señor Jesús, declaró y afirmó ser del número y de la compañía de los creyentes. Puesto que esto es así, sigámosle, en el día de hoy, en semejante constancia. Y aunque nuestro Señor Jesús, con la doctrina de su Evangelio es odiado por el mundo, en efecto, lo detestan, no dejemos de seguirle a él. Reconozcamos, inclusive, que siempre toda nuestra felicidad y satisfacción será cuando Dios acepte nuestro servicio; sepamos también que si Dios nos deja padecer en este mundo, el hecho de que nuestro Señor Jesús haya entrado a la gloria de su resurrección de ninguna manera es para ser separado de nosotros, sino para que al tiempo indicado él nos reúna consigo.

Además, uno no tiene que asombrarse de que nuestro Señor Jesús fuese levantado de los muertos al tercer día. Porque es completamente correcto que él tuviese algún privilegio con respecto a la iglesia en general. En esto también se cumplió lo que dice en el Salmo 16: "No dejarás que tu Santo vea corrupción,(18) En consecuencia, el cuerpo de nuestro Señor Jesucristo tenía que permanecer incorruptible hasta el tercer día. Pero su tiempo fue fijado y establecido por el consejo de Dios su Padre. En cuanto a nosotros no tenemos tiempo asignado excepto el día final. Entonces esperemos hasta haber padecido todo el tiempo que Dios quiera. Al final sabremos que al tiempo indicado él hallará medios para restaurarnos, después de haber sido totalmente aniquilados. Como también San Pablo nos exhorta a hacerlo cuando dice que Jesucristo es las primicias. (19) Esto es para aplacar el celo ardiente con el cual a veces nos extraviamos demasiado. Porque queremos volar sin alas, y nos ofendemos si Dios nos deja en este mundo, y si ante la primera señal de luchas no nos retira al cielo. Como Elías queremos ser llevados allá en un carro de fuego. En resumen, queremos obtener nuestros triunfos antes de haber luchado. Ahora bien, para resistir semejante avaricia y deseos tan necios,(20) San Pablo dice que Jesucristo es las primicias y que tenemos que estar satisfechos porque en su muerte tenemos una garantía(21) tan segura de la resurrección. Así es, puesto que él está sentado a la diestra de Dios su Padre, ejerciendo todo dominio arriba y abajo, aunque su majestad todavía no haya aparecido, y aunque nuestra vida tiene que estar escondida en él, ya que nosotros somos como pobres personas muertas y que, mientras vivamos en este mundo, somos como pobres personas perdidas. No obstante, es correcto que nosotros suframos todo ello hasta que venga nuestro Señor Jesús. Porque entonces nuestra vida será manifestada en él, esto es, en el momento indicado.

Esto es entonces lo que tenemos que observar con respecto al sepulcro de nuestro Señor Jesucristo, hasta tanto lleguemos al final el cual nos mostrará que él no solamente ha pagado por todos nuestros pecados, sino también que, habiendo obtenido victoria ha adquirido perfección de toda justicia para nosotros, por la cual ahora somos aceptables a Dios, para tener acceso a él y para invocarlo en el nombre de Cristo. Y en esta confianza vamos a inclinarnos en humilde reverencia ante su santa majestad, orando que él nos reciba en misericordia, que por muy pobres y miserables que seamos, no dejemos de tener nuestro refugio en su misericordia. Aunque de día en día provocamos su ira contra nosotros, y aunque merezcamos ser rechazados por él, no obstante, esperemos que él muestre el fruto y el poder de la muerte y pasión que soportó su único Hijo, por la cual hemos sido reconciliados, y no dudemos de que él siempre es Padre para nosotros, especialmente cuando nos haga el favor de mostrarnos de que realmente somos hijos suyos. Declaremos esto en hechos, de tal manera que no pidamos nada excepto ser totalmente suyos, puesto que también nos ha comprado por un precio tan alto, y que nos corresponde ser totalmente reformados para su servicio. Puesto que somos tan débiles que no sabemos cómo cumplir con la centésima parte de nuestro deber, él ha obrado en nosotros por su Santo Espíritu, porque las debilidades de nuestra carne siempre incluyen tantas luchas y batallas que no podemos sino arrastrarnos en vez de andar correctamente.


Quiera él librarnos de todo esto, y seamos nosotros unidos a él.

***
* *Procedente de: Corpus Reformatorum, Calvini Opera, Vol 46, PP. 928 942. (1)Fair valoir.
(2)1 Corintios 1:19 31.

(3)Mateo 8:20, Lucas 9:58.

(4)Éxodo 12:8,9,46.

(5)L' appointement.

(6)1 de Juan 1:7. Calvino no hace comentarios sobre 2 y 3 de Juan.

(7)Zacarías 12:10.

(8)Calvino quería para sí mismo el más sencillo de los servicios fúnebres; quería ser sepultado en un ataúd de madera, carente de ornamentos, y que no se levantase ningún monumento sobre su sepultura.

(9)Rude, rudo, áspero, no refinado, tosco. La falta de cultura era uno de los defectos que Calvino veía en el romanismo de su día.

(10)Colosenses 3:1.

(11)1 Corintios 6:17.

(12)Une providence singuliére.

(13)Ravis, descarriado, cautivo.

(14)Patrimoine, herencia.

(15)Rudesse, implicando que todo aquel que tuviese un poco de verdadera cultura, por supuesto sería cristiano.

(16)Á la rigueur.

(17)Romanos 6:4, Colosenses 2:12.

(18)Versículo 10.

(19)1 Corintios 15:20, 23.

(20)A telle cupidité et á ces fols appetis.

(21)Un certain gage.

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